7.9.18

Carne asada

Este relato estuvo escrito sobre principio del 2000 y fue publicado en un webzine decidado al BDSM y sus derivados. Deambulando en la red, también se publicó en un par de fanzines papel que tenía que ver con el tema. Este texto luego lo incluí en el libro INSTRUCCIONES PARA PLASTIFICAR UN BAÑO editado por primera vez a través de EDICIONES DEL TRINCHE en 2010. Formó parte, entonces, de este librito fixup que luego reeditaría PROYECTO EDITORIAL INTINERANTE por el 2012. Sin más va el relato.


 
 
Mi nombre es Verónica, tengo 45 años y confieso que nunca había imaginado tantos placeres carnales influenciados por mi mente inquieta. He sido consecuente con mi naturaleza humana. Ustedes, lectores, pueden adjudicarme demencia o perversión. Lo cierto es que, tarde mucho tiempo en darme cuenta del maravilloso estado que genera el cuerpo y sus variantes. No me arrepiento de ser la más puta de todas, no me arrepiento de contar este episodio en mi vida que marcó en mí nuevos caminos hacia el estado más delicioso del alma propiciado, justamente, por eso que la envuelve: el Cuerpo. Esta es mi historia.
Estábamos los tres sentados alrededor de la pileta. Daniel, Luis y yo, los tres en traje de baño, contemplando la cálida noche de Tortuguitas. Estábamos pasando el fin de semana en la quinta de Daniel. La idea era huir de la horripilante rutina que nos tenía atrapados de lunes a viernes en el microcentro, encerrados en nuestras asfixiantes oficinas de banco.
Llegamos un viernes a las ocho de la noche y bien dejamos el poco equipaje que traíamos, nos metimos en la pileta. Pasadas las diez de la noche habíamos acordado cenar. Pero aún seguíamos ahí, al borde de la piscina, medios mojados y súper relajados. En un momento sopló una leve brisa que me recordó lo que había experimentado un año atrás con Germán en su cabaña de Mendoza. Miré a los chicos y me vino una idea algo atrevida, recorrí con mi mirada de una manera muy discreta, sus entrepiernas e imaginé lo que para mí podía llegar a ser una locura. No podía confesar mi idea, mi deseo, y temía que si lo hacía podía recibir agravios y burlas por parte de mis compañeros de oficina y que todo eso que se me iba ocurriendo casi involuntariamente, podía manchar nuestra amistad. Dejé pasar la idea y seguí relajándome fuera del ruido virulento del microcentro.
Daniel dijo de ir a cenar y se sentó a mi lado. Me miró a los ojos y bajó la mano con mucha delicadeza hasta mi entrepiernas, me tomó totalmente desprevenida pero, la insistencia de su suave y cálida mano hizo hinchar mi concha y produjo una sequedad atónita en mi boca. Daniel, que miraba esta acción a centímetros, poco a poco se fue acelerando y en un momento me quitó el traje de baño de una sola vez. Daniel observaba mi cuerpo desnudo y húmedo, y se acercaba de apoco con su boca. Luis se arrimó a Daniel, totalmente desnudo y lo despojó de su slip. Yo estaba acostada sobre el césped que nacía al borde de la pileta, tenía a Daniel sobre mí que, se aproximaba con la intención de lamerme la concha. Luis le abrió las piernas y comenzó a besarle los muslos, hasta llegar al agujero del culo, donde jugueteó con la lengua. El grito de placer de Daniel fue tal, que se hundió entre mis piernas. Me chupaba la concha tan exquisitamente que provocaba dulces y sutiles espasmos involuntarios en mi vientre. Me lo hacía tan bien que sujeté su cabeza con mis manos y lo hundí aún más dentro de mí.
En ese momento, en el que experimentaba por primera vez ese nuevo placer, Luis apareció de pie frente a mí, con la pija entre sus manos. El miembro en media erección, despertó en mí, un apetito irracional, una extraña sensación. Una sensación desconocida me perturbó por unos segundos. Lo vi a Luis alejarse y Daniel se detuvo, bajó hasta mis tobillos y los escupió salvajemente. Se puso de pie y los pisó de tal manera, que mis pies quedaron medios enterrados en el césped. Mis gemidos, confusos entre dolor y placer, lograron excitarlo y perforó mi vagina con los dedos de su pie derecho, yo, en esos momentos había logrado una gran dilatación vaginal. Mientras me penetraba con su pie, me contuve por unos segundos, hasta estallar en salvajes gritos donde desahogaba aquella sensación desconocida. Sentí las manos de Luis que apretaban mis muñecas, cerré los ojos y me levantaron los dos a la vez.
Sobre una parrilla de dos metros de largo, recostaron mi cuerpo. Sentí la grasa fría y húmeda hacer contacto con mi carne. El terror me enmudecía, me crispaba cada músculo, mi concha se hinchaba a punto de reventar. No sabía lo que seguía pero, ansiaba el desprecio, la degradación, la reprimenda por haberme dejado llevar hasta ahí.
Luis ató mis brazos sobre los extremos superiores de la parrilla, por encima de mi cabeza, lo hizo con hilo sisal. Daniel con dos cinturones de cuero rodeó mis tobillos y los amarró en las barras inferiores del asador. Alcancé a ver un látigo, hecho precariamente con la mitad de un palo de escoba y cables de algún prolongador, después me vendaron los ojos con una camiseta sudada, creo que era de Daniel. Con otra camiseta me amordazaron la boca.
Los brazos se me adormecían al no tener una buena circulación, presentía la brutalidad vejar mi inocencia. Pero para ese momento me sentía de lo más despreciable y no pedía límites y tampoco necesitaba clemencia. Estaba todo en silencio, no sentía ruidos ni movimientos, mis pechos tiritaban, el poco aire comenzaba a dificultarme la respiración y fue en ese momento cuando sentí el primer latigazo sobre mis tetas, un dolor picante exaltó mi sangre.
Vino el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto y el dolor se mezclaba con un gradual aumento de placer. El dolor de esos latigazos me provocaban una reacción desquiciada sobre mi misma: la necesidad de más golpes para envolverme en ese infinito goce que experimentaba cuando los latigazos alborotaban mi sangre.
Cuando los golpes pararon, sentí algo que se introducía en mi vagina, fue algo frío, muy frío, que adormeció toda la zona. Una lengua rozó mi clítoris y ese calor volvió a reanimarme. Ahora me quedaba sin aire, percibía imágenes saturadas, multicolores. Tenía miedo.
Alguien soltó la camiseta de mis ojos y después de la boca. La primera bocanada de aire fresco me alivió y me compuso. Vino un pisotón sobre mi cara y quedé inmóvil. No podía contener mis gritos, cosa que ofuscó a mis verdugos. Luis y Daniel estaban enmascarados y con los pies desnudos y embarrados pisaban mi rostro. Estaba perturbada, estaba siendo acechada y no sé si quería seguir con eso...
Al detenerse por un momento, les pedí que pararan, que ya estaba de juegos. A Daniel no le cayó bien mi súplica y me abofeteó. Las lágrimas sacudieron mis ojos y entre los dos lamieron mi cara. Se apoderaron de la parrilla conmigo encima y la dieron vuelta. Quedé boca abajo sobre el pasto húmedo y con la parrilla sobre mi espalda. Los dos a la vez, con sus manos abrieron mis muslos hasta llegar a mi culo y hacer lo mismo. Escupieron abundante saliva e introdujeron un par de dedos. Sentí un líquido caliente y sedoso chorreándose por mi ano. Había sido el esperma de Luis, que después de masturbarse lo desparramó en mí, para que funcionara como lubricante. Sus dedos insistieron nuevamente, me fueron penetrando de apoco. Mi propia excitación, comenzaba a persuadirme. Sentía mi culo abriéndose y mi clítoris hinchándose.
Ahora me inundaba de delicia tras la repentina desaparición del dolor. Sus dedos buscan entrar cada vez más en mí, a tal punto que la dilatación permitió la penetración completa de cinco dedos. Me sentía tan llena que dejé entrar el puño entero. Saciaba mi apetito con esa cosa metida en mí, partiéndome en dos.
Cuando por fin me soltaron, de rodillas, a cuatro patas camine hacia ellos. Tomé sus miembros y los chupé alternándome, hasta dar de mí e introducirme las dos vergas al mismo tiempo en mi boca. Abrí mis piernas y me ofrecía a Luis, él me montó, fue de apoco hasta dar en mi orgasmo. No saciada le permití a Daniel que también lo hiciera. Ahora estaba entre medio de los dos, ellos me cogían, por atrás, por adelante, de arriba a bajo. Tenía incrustado sus dos miembros en mí. Mis orgasmos se producían continuamente, al borde del desmayo sentí por ambos lados, como el semen de mis compañeros me inundaba. Y los movimientos fueron censando fuimos acabando, fuimos tres gozando.