Este
relato estuvo escrito sobre principio del 2000 y fue publicado en un
webzine decidado al BDSM y sus derivados. Deambulando en la red,
también se publicó en un par de fanzines papel que tenía que ver
con el tema. Este texto luego lo incluí en el libro INSTRUCCIONES
PARA PLASTIFICAR UN BAÑO editado por primera vez a través de
EDICIONES DEL TRINCHE en 2010. Formó parte, entonces, de este
librito fixup que
luego reeditaría PROYECTO EDITORIAL INTINERANTE por el 2012. Sin más
va el relato.
Mi nombre es Verónica,
tengo 45 años y confieso que nunca había imaginado tantos placeres
carnales influenciados por mi mente inquieta. He sido consecuente con
mi naturaleza humana. Ustedes, lectores, pueden adjudicarme demencia
o perversión. Lo cierto es que, tarde mucho tiempo en darme cuenta
del maravilloso estado que genera el cuerpo y sus variantes. No me
arrepiento de ser la más puta de todas, no me arrepiento de contar
este episodio en mi vida que marcó en mí nuevos caminos hacia el
estado más delicioso del alma propiciado, justamente, por eso que la
envuelve: el Cuerpo. Esta es mi historia.
Estábamos los tres
sentados alrededor de la pileta. Daniel, Luis y yo, los tres en traje
de baño, contemplando la cálida noche de Tortuguitas. Estábamos
pasando el fin de semana en la quinta de Daniel. La idea era huir de
la horripilante rutina que nos tenía atrapados de lunes a viernes en
el microcentro, encerrados en nuestras asfixiantes oficinas de banco.
Llegamos un viernes a las
ocho de la noche y bien dejamos el poco equipaje que traíamos, nos
metimos en la pileta. Pasadas las diez de la noche habíamos acordado
cenar. Pero aún seguíamos ahí, al borde de la piscina, medios
mojados y súper relajados. En un momento sopló una leve brisa que
me recordó lo que había experimentado un año atrás con Germán en
su cabaña de Mendoza. Miré a los chicos y me vino una idea algo
atrevida, recorrí con mi mirada de una manera muy discreta, sus
entrepiernas e imaginé lo que para mí podía llegar a ser una
locura. No podía confesar mi idea, mi deseo, y temía que si lo
hacía podía recibir agravios y burlas por parte de mis compañeros
de oficina y que todo eso que se me iba ocurriendo casi
involuntariamente, podía manchar nuestra amistad. Dejé pasar la
idea y seguí relajándome fuera del ruido virulento del microcentro.
Daniel dijo de ir a cenar
y se sentó a mi lado. Me miró a los ojos y bajó la mano con mucha
delicadeza hasta mi entrepiernas, me tomó totalmente desprevenida
pero, la insistencia de su suave y cálida mano hizo hinchar mi
concha y produjo una sequedad atónita en mi boca. Daniel, que miraba
esta acción a centímetros, poco a poco se fue acelerando y en un
momento me quitó el traje de baño de una sola vez. Daniel observaba
mi cuerpo desnudo y húmedo, y se acercaba de apoco con su boca. Luis
se arrimó a Daniel, totalmente desnudo y lo despojó de su slip. Yo
estaba acostada sobre el césped que nacía al borde de la pileta,
tenía a Daniel sobre mí que, se aproximaba con la intención de
lamerme la concha. Luis le abrió las piernas y comenzó a besarle
los muslos, hasta llegar al agujero del culo, donde jugueteó con la
lengua. El grito de placer de Daniel fue tal, que se hundió entre
mis piernas. Me chupaba la concha tan exquisitamente que provocaba
dulces y sutiles espasmos involuntarios en mi vientre. Me lo hacía
tan bien que sujeté su cabeza con mis manos y lo hundí aún más
dentro de mí.
En ese momento, en el que
experimentaba por primera vez ese nuevo placer, Luis apareció de pie
frente a mí, con la pija entre sus manos. El miembro en media
erección, despertó en mí, un apetito irracional, una extraña
sensación. Una sensación desconocida me perturbó por unos
segundos. Lo vi a Luis alejarse y Daniel se detuvo, bajó hasta mis
tobillos y los escupió salvajemente. Se puso de pie y los pisó de
tal manera, que mis pies quedaron medios enterrados en el césped.
Mis gemidos, confusos entre dolor y placer, lograron excitarlo y
perforó mi vagina con los dedos de su pie derecho, yo, en esos
momentos había logrado una gran dilatación vaginal. Mientras me
penetraba con su pie, me contuve por unos segundos, hasta estallar en
salvajes gritos donde desahogaba aquella sensación desconocida.
Sentí las manos de Luis que apretaban mis muñecas, cerré los ojos
y me levantaron los dos a la vez.
Sobre una parrilla de dos
metros de largo, recostaron mi cuerpo. Sentí la grasa fría y húmeda
hacer contacto con mi carne. El terror me enmudecía, me crispaba
cada músculo, mi concha se hinchaba a punto de reventar. No sabía
lo que seguía pero, ansiaba el desprecio, la degradación, la
reprimenda por haberme dejado llevar hasta ahí.
Luis ató mis brazos
sobre los extremos superiores de la parrilla, por encima de mi
cabeza, lo hizo con hilo sisal. Daniel con dos cinturones de cuero
rodeó mis tobillos y los amarró en las barras inferiores del
asador. Alcancé a ver un látigo, hecho precariamente con la mitad
de un palo de escoba y cables de algún prolongador, después me
vendaron los ojos con una camiseta sudada, creo que era de Daniel.
Con otra camiseta me amordazaron la boca.
Los brazos se me
adormecían al no tener una buena circulación, presentía la
brutalidad vejar mi inocencia. Pero para ese momento me sentía de lo
más despreciable y no pedía límites y tampoco necesitaba
clemencia. Estaba todo en silencio, no sentía ruidos ni movimientos,
mis pechos tiritaban, el poco aire comenzaba a dificultarme la
respiración y fue en ese momento cuando sentí el primer latigazo
sobre mis tetas, un dolor picante exaltó mi sangre.
Vino el segundo, el
tercero, el cuarto, el quinto y el dolor se mezclaba con un gradual
aumento de placer. El dolor de esos latigazos me provocaban una
reacción desquiciada sobre mi misma: la necesidad de más golpes
para envolverme en ese infinito goce que experimentaba cuando los
latigazos alborotaban mi sangre.
Cuando los golpes
pararon, sentí algo que se introducía en mi vagina, fue algo frío,
muy frío, que adormeció toda la zona. Una lengua rozó mi clítoris
y ese calor volvió a reanimarme. Ahora me quedaba sin aire, percibía
imágenes saturadas, multicolores. Tenía miedo.
Alguien soltó la
camiseta de mis ojos y después de la boca. La primera bocanada de
aire fresco me alivió y me compuso. Vino un pisotón sobre mi cara y
quedé inmóvil. No podía contener mis gritos, cosa que ofuscó a
mis verdugos. Luis y Daniel estaban enmascarados y con los pies
desnudos y embarrados pisaban mi rostro. Estaba perturbada, estaba
siendo acechada y no sé si quería seguir con eso...
Al detenerse por un
momento, les pedí que pararan, que ya estaba de juegos. A Daniel no
le cayó bien mi súplica y me abofeteó. Las lágrimas sacudieron
mis ojos y entre los dos lamieron mi cara. Se apoderaron de la
parrilla conmigo encima y la dieron vuelta. Quedé boca abajo sobre
el pasto húmedo y con la parrilla sobre mi espalda. Los dos a la
vez, con sus manos abrieron mis muslos hasta llegar a mi culo y hacer
lo mismo. Escupieron abundante saliva e introdujeron un par de dedos.
Sentí un líquido caliente y sedoso chorreándose por mi ano. Había
sido el esperma de Luis, que después de masturbarse lo desparramó
en mí, para que funcionara como lubricante. Sus dedos insistieron
nuevamente, me fueron penetrando de apoco. Mi propia excitación,
comenzaba a persuadirme. Sentía mi culo abriéndose y mi clítoris
hinchándose.
Ahora me inundaba de
delicia tras la repentina desaparición del dolor. Sus dedos buscan
entrar cada vez más en mí, a tal punto que la dilatación permitió
la penetración completa de cinco dedos. Me sentía tan llena que
dejé entrar el puño entero. Saciaba mi apetito con esa cosa metida
en mí, partiéndome en dos.
Cuando por fin me
soltaron, de rodillas, a cuatro patas camine hacia ellos. Tomé sus
miembros y los chupé alternándome, hasta dar de mí e introducirme
las dos vergas al mismo tiempo en mi boca. Abrí mis piernas y me
ofrecía a Luis, él me montó, fue de apoco hasta dar en mi orgasmo.
No saciada le permití a Daniel que también lo hiciera. Ahora estaba
entre medio de los dos, ellos me cogían, por atrás, por adelante,
de arriba a bajo. Tenía incrustado sus dos miembros en mí. Mis
orgasmos se producían continuamente, al borde del desmayo sentí por
ambos lados, como el semen de mis compañeros me inundaba. Y los
movimientos fueron censando fuimos acabando, fuimos tres gozando.